miércoles, 25 de marzo de 2015

¿Una imagen vale más que mil palabras?


Una imagen vale más que mil palabras. ¿Cuántas veces habremos escuchado esta frase? pero, ¿qué significa exactamente? Cuando nos expresamos oralmente, tratamos de transmitir una información a nuestros interlocutores. Esta información no es más que la interpretación en palabras de una serie de datos a los que les aportamos un significado tras un procesamiento en nuestro cerebro. Este procesamiento se lleva a cabo desde la experiencia, el contexto y las emociones que en ese momento evoca el sujeto. Obviamente, estas tres condiciones están muy relacionadas entre sí puesto que no tendríamos un conocimiento suficiente del contexto si no tuviéramos una experiencia sobre el mismo; de la misma forma, no se puede alcanzar una experiencia sin asociarla a una serie de emociones que además tienen que ver con el contexto del individuo.
Un recuerdo puede estar asociado a una sensación desagradable, que además ha sido distorsionada con el tiempo y la reiteración, convirtiendo esa imagen poderosa que tenemos en nuestros cerebros, en la suma desasociada de recuerdos, sensaciones y emociones que se han ido agregando con el tiempo para distorsionar el recuerdo original: ni tan siquiera somos conscientes de ello... No es de extrañar pues, que cuando captamos la realidad y tratamos de interpretar los datos que llegan a nuestro cerebro, la experiencia, el contexto y las emociones, jueguen un papel crucial a la hora de interpretar los matices de la opinión y las sensaciones positivas o negativas que esto causa en nosotros mismos.
Si nos comunican el retraso de un proyecto, no podremos valorar la importancia de la información sin conocer hasta qué punto estamos involucrados en el mismo y qué expectativas, o emociones, albergan al respecto el resto de interesados, véase: nuestros superiores. Esta relación interpersonal afecta a nuestras emociones y a nuestras propias expectativas y forma parte del contexto del proyecto. Además, por experiencia, podemos saber que dos tercios de los proyectos que emprendemos se retrasan y que  aún así, la mitad de ellos acaban llegando a buen término. Si conociéramos los motivos del retraso, podríamos incluso evaluar cuál de las opciones es la más probable o incluso, intervenir en el desarrollo de los acontecimientos para facilitar el camino tomando alguna decisión.
Volviendo al tema de la comunicación, habiéndonos detenido ya en el complejo camino que toma el cerebro para interpretar la información, se hace fundamental añadir al mensaje -para que sea entendido completamente- un contexto y una carga emocional, además de una valoración que encapsule nuestra experiencia. No es lo mismo decir que el marisco ha subido su precio, qué decir que ha ocurrido en Navidad; aún así, todavía tenemos que presuponer que nuestro interlocutor conoce la relación demanda precio y su alteración en estas fechas. Como vemos, el contexto puede ser un monstruo que se escapa del ámbito de nuestro mensaje, es por ello que los humanos hemos desarrollado algo a lo que llamamos cultura -general, o más especifica, como por ejemplo la cultura de empresa- que engloba todos aquellos conocimientos y experiencias que se nos presuponen en un contexto. Esto significa que, además del idioma, el conocimiento de una cultura puede ser primordial para el entendimiento con personas de otro país.
Antes hablaba de la inclusión de una carga emocional en el mensaje. Cuando hablamos, un interlocutor experimentado puede interpretar si estamos enfadados, cansados, sorprendidos o un sin fin de emociones que pueden añadir un significado crucial al mensaje que estamos trasmitiendo. Esta información es más ambigua de interpretar en un formato escrito, más aún mecanográfico. No obstante, no hay que despreciar la habilidad de las personas para introducir en el lector, incluso en un medio tan frío como este, emociones que son recogidas e interpretadas por el cerebro y que despiertan algo que llamamos empatía, o sensación de comprensión del estado de ánimo mediante la emulación de emociones en un contexto. No hay que confundir la empatía hacia la fuente del mensaje, con la sensación que éste ultimo provoca en ti; sin embargo, sí que tienen algo en común: ambas sensaciones pueden ser un engaño... La publicidad trata de explotar esta carga emocional -muchas veces ficticia- en sus eslóganes para despertar en nosotros sentimientos que nos impulsen a realizar una acción interesada. Esto no es más que un ejemplo de la importancia de la carga emocional en nuestros mensajes a la hora de conseguir lo que queremos más allá de incluir simples y burdos emoticonos.
Por último, la experiencia es nuestro más valioso aliado a la hora de transmitir o recibir un mensaje. El conocimiento de los destinatarios del mismo permite establecer la mejor forma de abordarlo: el idioma elegido, el medio, el tono y un sin fin de pequeñas decisiones que tomamos inconscientemente con el objetivo de incrementar la legibilidad -o ilegibilidad- del mismo. La experiencia nos aporta un objetivo más allá de la mera transmisión efectiva de datos. Buscamos una respuesta, una interacción o un reconocimiento, que un comunicador experimentado sabe manejar y retroalimentar: no olvidemos que la experiencia se construye sobre la suma de sensaciones en situaciones similares.
En resumen, la comunicación -tanto hablada, como escrita como de cualquier tipo- requiere de unas grandes habilidades y aptitudes que debemos aprehender porque para que mil palabras valgan más que una imagen, tal vez sea necesario ser un maestro impresionista como Claude Monet y su estación de Saint lazare.

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